martes, 13 de enero de 2015

LA REVOLUCIÓN DEMOGRAFICA Y LA AGRÍCOLA

  LA REVOLUCIÓN DEMOGRAFICA Y AGRÍCOLA
El modo de vida de la población europea sufrió su cambio más rápido y profundo bajo el impacto de la "Doble Revolución" (la industrial y la "política", iniciada en E.E.U.U. y Francia). Tras esta "Doble Revolución", Europa pasa de tener una sociedad anclada en características y valores casi medievales (Antiguo Régimen) a otra más moderna (Nuevo Régimen). Pero para que la denominada revolución industrial llegara a producirse, ésta tuvo que cimentarse sobre importantes cambios en la esfera demográfica y agrícola. El primer país en llevar a cabo dichos cambios fue la Inglaterra del siglo XVIII.
 Hasta 1800 las cifras de la población del mundo que manejan los historiadores de la demografía son inciertas y especulativas.
 LA REVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA 
En el último tercio del siglo XVIII y principios del XIX se produce una auténtica explosión demográfica. Centrándonos sólo en Europa, se pasa de 187 millones de habitantes en 1800 a 401 millones en 1900, lo que suponía el 25% de la población mundial. Rusia pasa de 40 a 100 millones; Inglaterra, de 16 a 41; Alemania, de 23 a 56; Italia, de 18 a 32.
No se conocen con certeza las causas de este desarrollo y la naturaleza y el ritmo de descenso de las tasas de mortalidad. Muchos historiadores han querido establecer una relación entre este fenómeno y una mejora en la calidad y cantidad de la alimen­tación, debida a una mayor producción agrícola, pero lo cierto es que no se dispone de una explicación clara.

  ES LA EVOLUCION DEL CRECIMIENTO DE LA POBLACION EN CAMBIO DE REGIMEN : EN LA PRIMERA ETAPA INDUSTRIAL  (fase 2) EL BRUSCO DESCENSO DE LA MORTALIAD DA LUGAR A UN RAPIDO CRECIMIENTO DE LA POBLACION .
Uno de los problemas que ya se planteaba a fines del siglo XVIII consistía en cómo alimentar a esta población creciente, recurriéndose a la roturación de nuevas tierras, a la aplicación de nuevos métodos de cultivo y a la ampliación de estos. Pero lo cierto era que la producción agraria, aunque mejoró, aún no era suficiente para alimentar a la creciente población. Esto explica la postura adoptada por el inglés Thomas Robert Malthus en su "Ensayo sobre el principio de la población" de 1798, donde exponía su preocupación por el problema. Malthus afirmaba que la capacidad de crecimiento de la población es infinitamente mayor que la capacidad de la tierra para producir alimentos para el hombre. La pobla­ción, si no encuentra obstáculos, aumenta en progresión geométrica, mientras que los alimentos aumentan en progresión aritmética. Esto le lleva a decir que la dificultad de la subsistencia ejerce sobre la fuerza de crecimiento de la población una fuerte y constante presión restrictiva. Esta dificultad afectará cruelmente a un amplio sector de la humanidad.
Thomas Robert Malthus
Se han dado otras explicaciones del crecimiento demográfico, como el retroceso de las enfermedades epidémicas, lo cual es cierto en el caso de la peste y la viruela, pero también es cierto que otras enfermedades como el cólera, el tifus y la difteria per­vivían aún con virulencia a fines del s. XIX.
No hay duda de que la medicina avanzó también, pues ya en el s. XVIII, Jenner había descubierto la vacuna de la viruela, y a fines del XIX, científicos como Louis Pasteur, Robert Koch, etc. habían descubierto los bacilos y dado el primer paso para la generación de los antídotos, vacunas y sueros del tifus, el cólera, la ra­bia, la difteria, el tétanos y la tuberculosis; también es cierto que Joseph Lister había in­troducido la utilización de antisépticos en cirugía, que se empezaron a emplear anes­tésicos en las intervenciones quirúrgicas, que ya se conocían los analgésicos y que los hospitales proliferaban como lugares de curación. Pero la extensión, aplicación y asimilación de estos adelantos era muy lenta y desigual.
Un fenómeno demográfico a tener en cuenta fue el crecimiento urbano. Este fue muy len­to a lo largo del siglo XVIII y durante la primera mitad del XIX, pero a partir de 1870 se produjo una aceleración en el éxodo rural y en el desarrollo de las ciudades. La industria, concentrada en las ciudades, reclama una mano de obra abundante; los artesanos rurales no pueden resistir la competencia de las fábricas y se constituyen en los primeros emigrantes. Más tarde, la revolución agrícola permite, al introducir máquinas en el trabajo de la tierra, reducir el número de los campesinos, cuyos excedentes pasan a engrosar las masas de obreros industriales urbanos.

Como en un principio nadie había previsto el desarrollo urbano ni la afluencia de emigrantes, las ciudades fueron creciendo en medio del desorden. Los obreros se hacina­ban en inmundas casas de vecindad y en sótanos de viejos barrios, o en chabolas del extrarradio. Los barrios residenciales, los centros administrativos y políticos apenas tenían que ver con los barrios fabriles y obreros, siendo en estos últimos donde se cebaban la enfermedad y la muerte. No obstante, desde la segunda mitad del siglo XIX, el empleo masivo del ladrillo y piedra en la construcción, las primeras leyes que regulaban la construcción de edificios, el suministro de agua potable, la eliminación de las aguas residuales, la limpieza de las calles y el empleo de tuberías de hierro, junto a los avances de la medicina ya señalados, incidieron claramente en el retroceso de la mortalidad.

Otro fenómeno acompañó al crecimiento demográfico: la emigración. Se ha calculado que entre 1800 y 1930 abandonaron Europa unos 40 millones de habitantes. El proceso fue lento hasta las crisis económicas y políticas de 1846-48, momento en que se acentuó, aunque no alcanzó gran intensidad hasta el último cuarto del siglo XIX, y se convirtió en algo espectacular entre 1900 y 1914.

 LA REVOLUCIÓN AGRÍCOLA  
Como en tiempos anteriores, también a lo largo del siglo XIX la agricultura conservaba un papel esencial en la economía europea. En 1860, todavía ocupaba a algo más del 60% de su población activa, constituía una de las partidas fundamentales del comercio nacio­nal e internacional y sus períodos de crisis influían considerablemente no sólo en los demás sectores económicos, sino también en la vida política.


Aunque con ritmo mucho más lento que en la industria o el comercio, también en el te­rreno agrario se produjeron transformaciones que se inician ya a principios del XVIII y que se irían asentando, de forma desigual, a lo largo del XIX. Los principales cambios en la agricultura se producen en primer lugar en Inglaterra a partir de 1750 y se refieren a dos aspectos:

1.   Cambios en la estructura agraria. Las enclosures (cercamientos de las propiedades agrícolas) son un proceso que se intensifica en Inglaterra e partir de 1760, estimulado por la subida del precio del trigo, provocado por el crecimiento demográfico (mayor demanda de pan) y a las circunstan­cias internacionales (guerras napoleónicas). Se llevó a cabo mediante concesiones (Enclosures Acts o Actas de Cercados) que obtenían del Parlamento los grandes propietarios, hasta que, en 1801, la General Enclosure Act fijó por ley el cercamiento de las propiedades. Este fenómeno transformó la estructura del campo, inglés en un doble aspecto:
-       El sistema de campos abiertos (openfield) fue sustituido por el de campos valla­dos (enclosure).
-       Se produjo una concentración de la propiedad a costa de los terrenos comunales y de los pequeños propietarios, que, incapaces de costear los gastos de cercado y arruinados, se vieron obligados a abandonar sus tierras y emigrar a la ciudad, mientras los grandes propietarios ensanchaban sus propiedades, tecnificaban el trabajo y conseguían aumentar los rendimientos.

2.      Cambios en las técnicas y en los cultivos. Entre las innovaciones técnicas más importantes que tienen lugar en Inglaterra a mediados del siglo XVIII destacan:
-       La eliminación del barbecho mediante el abonado y la rotación cuatrienal de cultivos (trigo, nabos, cebada y trébol) que hacían que la tierra siempre estuviera ocupada y evitaba su agotamiento. Es el llamado sistema Norfolk.
-       Asociación de agricultura y ganadería gracias a la introducción de plantas forrajeras (remolacha y alfalfa) en el sistema de rotación.
-    Aparición de nuevo utillaje agrario, como el arado de hierro, la hoz y la sustitu­ción del buey por el caballo de tiro.
-        Progresos en la irrigación, el drenaje y el abonado de la tierra.
-     Cierta especialización comercial favorecida por la nueva maquinaria y las plantas nuevas (patata, maíz…).
-       Mayor peso del ganado, que comenzó a estabularse y especializarse, y que dada su rentabilidad, sobre todo la del ganado lanar, impulsó la ampliación de las praderas artificiales.





El resultado de estos cambios es muy variado, por un lado la producción agraria aumentó cuantitativa y cualitativamente permitiendo alimentar a la creciente población. Por otro, el aumento de producción permitió que a su vez aumentaran los ingresos por la venta de estos productos. Debido a la concentración de las propiedades agrícolas, un escaso número de propietarios aumentó notablemente sus beneficios, con lo que se generaba un excedente económico que permitía la inversión en otros sectores.
Por ello, ¿influyó la revolución agrícola en la industrialización? Parece que sí. Phyllis Deane ("La Primera Revolución Industrial". 1965) señala que la revolución agrícola contribuyó a la efectividad de la primera revolución industrial principalmente de tres formas:

-    Alimentando a la creciente población y, sobre todo, a la población de los centros industriales.
-    Aumentando el poder de compra de los campesinos para la adquisición de los productos de la industria.
-  Suministrando una parte importante del capital necesario para financiar la industrialización.
Por estas razones, las llamadas por muchos, revoluciones demográfica y agrícola crearon los cimientos adecuados para la construcción de la denominada revolución industrial, que en poco tiempo daría lugar a importantes cambios en nuestra sociedad, hasta el punto de que el proceso de industrialización divide tan nítidamente la realidad actual que podemos hacer, a grandes rasgos, un símil entre países desarrollados – países industrializados.



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