lunes, 18 de mayo de 2015

EL HOMBRE SALVAJE

Desde los inicios históricos y científicos de la Psicología, el estudio de la personalidad, del carácter, del temperamento, de nuestra manera de ser y comportarnos, ha suscitado un enorme interés. Comprender, entender y estudiar aquello que nos diferencia del resto de las personas con las que convivimos ha sido clave para la psicología humana desde hace décadas. No obstante, y de manera paralela, dos disciplinas también se han planteado esas mismas cuestiones y preguntas en animales no humanos. La Etología y Primatología se han interesado en los últimos años en detectar posibles estructuras de personalidad en animales. El objetivo ha sido desarrollar una estrategia metodológica adecuada que permita identificar rasgos de personalidad en no-humanos con el objetivo de (1) conocer mejor a estas especies y (2) ver sus similitudes y diferencias respecto a nuestro comportamiento. Además de esa vertiente aplicada a la conservación y bienestar de diversas especies no-humanas, el estudio comparado aporta un punto de vista único paracomprender el proceso de hominización conductual de nuestra propia especie.
Las críticas, discusiones y ataques que se han producido en todo este tiempo han sido numerosos. Según muchos autores es erróneo atribuir una personalidad a aquellos que no son personas. Por otro lado -y fundamentalmente en el ámbito de la Primatología-  autoras como Jane Goodall, y desde una posición antropomórfica, han atribuido perfiles de personalidad basados en adjetivos humanos a chimpancés. ¿Cuál es la situación actual? Por suerte, cada vez son más los autores tanto del ámbito de la Psicología como de la Biología que asumen con total confianza y sin ningún tipo de tapujos los conceptos de personalidad o temperamento como sinónimos y atribuibles tanto a animales humanos como no humanos.

Desde el punto de vista del comportamiento, la preferencia manual es la asimetría funcional más claramente establecida en los seres humanos. Aproximadamente entre el 85 % y el 90 % de los seres humanos presenta una lateralización diestra en el uso de las manos (Annett, 2002). Como es sabido, la lateralidad manual parece ser un indicador de la especialización hemisférica cerebral para las tareas motoras e indirectamente nos proporcionaría información sobre las funciones lingüísticas en el cerebro humano. El 96 % de los seres humanos manualmente diestros presentan una dominancia cerebral izquierda para el lenguaje. Por contra, en los zurdos este porcentaje se situaría en el 70 % (Knecht et al., 2000). Esta relación entre la preferencia manual y la especialización cerebral para las funciones lingüísticas ha sido considerada por algunos autores como una coevolución única y singular del cerebro humano (Annett, 1985; Corballis, 2002). Según esta perspectiva, en los humanos la evolución de la dominancia manual estaría relacionada con la emergencia no sólo del lenguaje oral sino también del lenguaje gestual, el uso y fabricación de instrumentos y otras funciones cognitivas superiores (Bradshaw & Rogers, 1993).

En este mismo contexto ontogenético, algunos estudios indican que los niños utilizan inicialmente ambas manos de manera indistinta (Rönnqvist & Domellöf, 2006) y posteriormente, hacia los 18 meses, la lateralidad manual comenzaría a estar más clara (Fagard & Marks, 2000) quedando finalmente establecida en los siguientes años (Ingram, 1975). Junto a esto, se han observado preferencias manuales diestras en el comportamiento espontáneo de recién nacidos a término (Ottaviano et al., 1989) en aspectos como el movimiento del brazo en dirección a un objeto (Gaillard, 1996) entre los 0 y 1 meses. De igual manera, los bebés con un desarrollo normal comienzan a realizar la conducta "coger con la mano un objeto" a las 12-15 semanas posteriores al nacimiento (von Hofsten, 1984). A los 3-4 meses la recogida de objetos se produce más a menudo con ambas manos y cuando los items a coger son manejables (Bruner & Klossowski, 1972). A la edad de 6 meses continúan utilizando ambas manos para coger objetos grandes, pero ya utilizan una única mano para recoger objetos pequeños, favoreciendo además el uso preferente de una de ellas (Clifton et al., 1991), siendo un patrón que se mantiene también durante los 7-8 meses de edad (Fagard, 2000).

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